"Me cuesta comunicar con mi hijo, y eso que
me intereso mucho por lo que hace, pero nunca sigue mis consejos ni confía en
mí cuando tiene problemas." ¿Te has sentido así alguna vez? ¿Crees que
necesitas revisar la manera de comunicar con tu hijo? Escuchar atentamente es
el primer paso que nos permitirá conocer qué preocupa al niño y cuál es su
estado emocional. Alguna vez te preguntaron
cuando eras pequeño si tenías algún
problema? Pues los niños también tienen problemas. El mundo emocional del niño es tan o más
complejo que el del adulto, lo que dificulta el entendimiento entre
ambos y hace imprescindible que los padres aprendamos el arte de la
comunicación para garantizar que decimos lo que queremos decir y, a la vez,
escuchamos lo que realmente el niño siente y quiere decir. Esto puede parecer
una insignificancia pero en las relaciones cotidianas, los conflictos, la sobrecarga
de trabajo y el cansancio ponen las relaciones entre padres e hijos en
constante jaque.
Nosotros, como adultos, confiamos nuestros sentimientos, problemas y ansiedades sólo a aquella o
aquellas personas que sabemos que realmente nos prestarán toda su atención
y nos escucharán más allá de las palabras. A los niños les ocurre lo mismo. Y
cuanto más pequeño es el niño, más necesita que prestemos oídos y atención a
sus conflictos cotidianos por mucho que a nosotros, en ocasiones, nos parezcan
insignificantes.
Las palabras que utilizamos como respuesta a las
explicaciones de un niño pueden facilitar que continuemos el diálogo o
bloquearlo. Veamos el ejemplo siguiente:
Santiago es un niño de 4 años y al salir de clase
la maestra le dijo a su madre:
- Hoy he tenido que castigarle con otros niños en unas sillas aparte porque
no querían volver del recreo.
Su madre podía haber contestado:
- ¿Cómo es eso Santi? Debes hacer caso a tu maestra y entrar en clase cuando
ella lo dice.
Y ahí se habría acabado la conversación. La madre no habría dejado espacio para
la comunicación ni de los sentimientos ni de la situación personal vivida por
el niño en el recreo.
Veamos cómo respondió su madre y qué sucedió:
Maestra- Hoy he tenido que
castigar a Santiago con otros niños en unas sillas aparte porque no querían
volver del recreo.
Madre- (cogiéndole en brazos y
alejándose) ¿Cómo te has sentido cuando la señorita te ha castigado?
Santiago- Mal, muy mal.
Madre- ¿Por qué crees que os
ha castigado?
Santiago- Porque no
entrábamos en clase. Pero es que yo estaba jugando con mis amigos en el tobogán
y no quería entrar.
Madre- ¿Y crees que tenías
que entrar o quedarte en el patio?
Santiago- Tenía que entrar.
En el primer diálogo, para el niño, la intervención de su madre resulta vacía de
contenido puesto que él ya ha llegado a la conclusión de que debe entrar
en clase cuando la maestra lo llama y, sin embargo, no se tiene en cuenta cómo
se ha sentido, cómo ha vivido la situación. Mientras que, en el segundo, lo que
el niño recibe es: "A mi madre realmente le interesa lo que siento y lo
que pienso".
Existe una tipología de padres basada en las
respuestas que ofrecen a sus hijos y que derivan en las llamadas conversaciones
cerradas, aquellas en las que no hay lugar para la expresión de sentimientos o,
de haberla, éstos se niegan o infravaloran:
- Los padres autoritarios: temen perder el control de la situación y
utilizan órdenes, gritos o amenazas para obligar al niño a hacer algo.
Tienen muy poco en cuenta las necesidades del niño y transmiten el mensaje
de que los padres no están interesados en lo que el niño sienta o tenga
que decir. Se erigen en la autoridad por la fuerza.
- Los padres que hacen sentir culpa: interesados (consciente o inconscientemente) en
que su hijo sepa que ellos son más listos y con más experiencia, estos
padres utilizan el lenguaje en negativo, infravalorando las acciones o las
actitudes de sus hijos. Comentarios del tipo "no corras, que te
caerás", "ves, ya te lo decía yo, que esa torre del mecano era
demasiado alta y se caería" o, "eres un desordenado
incorregible". Son frases aparentemente neutras que todos los padres
usamos alguna vez. El problema es que sean tan habituales que desmerezcan
los esfuerzos de aprendizaje de nuestro hijo y le conviertan en una
persona dubitativa e insegura.
- Los padres que quitan importancia a las cosas: es fácil
caer en el hábito de restar importancia a los problemas de nuestros hijos
sobre todo si realmente pensamos que sus problemas son poca cosa en
comparación a los nuestros. Comentarios del tipo "¡bah, no te
preocupes, seguro que mañana volvéis a ser amigas!", "no será
para tanto, seguro que apruebas, llevas preparándote toda la semana"
pretenden tranquilizar inmediatamente a un niño o a un joven en medio de
un conflicto. Pero el resultado es un rechazo casi inmediato hacia el
adulto que se percibe como poco o nada receptivo a escuchar. Con este tipo
de respuestas sólo lograremos alejar a nuestro hijo de nosotros y comunicarle
que no nos interesan ni sus problemas ni sus sentimientos o que los
consideramos de poca importancia, opinión de la que es fácil derivar
"luego, yo tampoco les intereso".
- Los padres que dan conferencias: la
palabra más usada por los padres en situaciones de "conferencia o de
sermón" es: deberías. Son las típicas respuestas que pretenden
enseñar al hijo en base a nuestra propia experiencia, desdeñando su
caminar diario y sus caídas. "Deberías estar contento, la fiesta de
cumpleaños ha sido un éxito" o "deberías saber que tu profesor
sólo quiere lo mejor para ti". Así estamos dejando de escuchar y de
interesarnos por lo que realmente el niño o el joven está sintiendo o
pensando. Después de respuestas de este tipo, nuestro hijo dará media
vuelta y probablemente pensará: "ya está otra vez diciéndome lo que
tengo que hacer, ¡qué pelma!".
Escuchar es un arte que implica en la misma proporción
a la razón y al corazón. Descuidar uno desnivelará la balanza y perderemos el
equilibrio necesario entre la corrección y la ternura, o entre la educación y
el amor. Escuchar ha de implicarnos totalmente. Cuando nuestro hijo se acerca
lloroso, apesadumbrado, disgustado, dolido o desengañado, escuchemos no sólo
las palabras, sino empaticemos con él y miremos sus ojos, su corazón, sus
sentimientos y emociones más profundas y sintámonos seres privilegiados por
poder estar a su lado y ser con nosotros con quienes comparte sus ansias y
desvelos, y démosle entonces las palabras de aliento y el abrazo necesario que
les lleve a poder VIVIR Y APRENDER como seres autónomos y emocionalmente
estables.